Mi cuaderno de apuntes
Taller de Orientación
Por Pedro Taracena Gil
Dedicado a Bárbara y Alejandro, mis hijos.
Introducción
Ya está muy lejana la fecha, en la cual, concluí mis estudios. Quizá ahora veo, más que nunca, con mayor nitidez la huella que dejaron aquellos años en mi niñez y en mi adolescencia. Contemplo aquella época, sin acritud, con tranquilidad, de forma reflexiva y sobre todo analizando esos años, como un conjunto integrado, dentro de un contexto socio-cultural, político-religioso, en incipiente transformación. Un país rural y campesino, transformado en otro, más económico-industrial. Estos recuerdos de mi corta edad, ahora me permiten contemplarlos, desde la atalaya de la década de mis sesenta años, bajo dos aspectos: Primero, la educación de un chico dentro de un régimen dictatorial, inmerso en una ideología Nacional-Sindicalista y Nacional Católica, durante los años 1957 al 1964. Y segundo, la deseducación que tuve que sufrir durante la siguiente década, cuando las influencias exteriores y la evolución de las clases obreras, estudiantiles, intelectuales y un sector vanguardista de la Iglesia, me hicieron plantearme cambios importantes dentro de otros esquemas, menos dirigidos y menos manipuladores.
El paso de una realidad a otra, no estuvo exento de traumas y de desesperanzas juveniles. Para mí supone una satisfacción contemplar aquella sociedad, mi educación y la evolución sufrida por mí mismo, la sociedad actual y la educación que estoy dando a mis hijos. No me atrevo a valorar aquellos años, con la regla de medir que ahora tengo en mis manos. Sólo me satisface el mostrar con la mayor vitalidad posible, aquellos episodios, aquellos hitos, aquellos eventos que configuraron mi personalidad.
¿Para qué escribir estas páginas? Pues, en principio, para hacer un ejercicio de recuerdo personal y una reflexión de porqué quedó grabado en mi memoria. Ojalá, estas páginas sirvieran para invitar al recuerdo a mis condiscípulos y para dar a conocer aquellos años a nuestros hijos. Todo ello, sin ánimo de pontificar, ni polemizar, ni mucho menos para aumentar distancias generacionales. Simplemente, presentar esta memoria plástica, como si fuera un mural, de fácil y amena lectura. Un cayado para los hombres que pertenecen a esta generación y un punto de referencia para observar cómo y de qué forma tan drástica, ha evolucionado nuestra sociedad y nosotros mismos. No me atrevo, repito, a formular ninguna valoración, tampoco serviría de nada. Los hechos los viví de este modo, así lo recuerdo y así lo cuento.
1.- Los alumnos
Tejido social, procedencia, perfil, diversiones, juegos, deportes, aficiones, relaciones.
Los alumnos, protagonistas de estas CRÓNICAS, eran chicos de edades comprendidas entre los trece y los dieciocho años. Los estudios que nos proponíamos realizar, eran los de Formación Profesional. La procedencia de este colectivo era muy variado. Venían de la propia capital de España y del resto de las provincias, sobre todo, de aquellas donde su actividad era más agrícola; obedeciendo a la inminente emigración del campo a los polos industriales. Los jóvenes de la capital, venían de concluir el Bachiller Elemental o de su deserción. Y los llegados de provincias, de estos estudios o de la Enseñanza Primaria de las Escuelas Nacionales de los pueblos. El tejido social del cual procedían, estaba integrado por trabajadores que deseaban que sus hijos aprendieran un oficio, venidos de la agricultura o de la incipiente industria de Madrid. Éramos las primeras generaciones de jóvenes que nos acogíamos a los programas nacionales para transformar la España agrícola en un país industrial. Los estudios eran gratuitos y se desarrollaban en régimen de media pensión, concediendo becas de estudio y para el transporte. Estos chicos se alojaban en pensiones o en casas de familiares llegados a Madrid con anterioridad. Algunos padres, comenzaron a instalarse en los barrios periféricos de la ciudad para así vivir con su hijo y abrirse camino en algún trabajo. Estas familias se adaptaron, con mucha ilusión, abandonando los hábitos y costumbres del pueblo para hacerse unos madrileños más. Enseguida nos vestíamos con los trajes del madrileño, dejando a un lado, para siempre, los atavíos paletos.
Esta juventud encontró, con facilidad un lugar, no sólo en su pupitre y en el aula, que en su pueblo se llamaba mesa y clase, sino también, en la forma de divertirse los días de fiesta. Sobre todo, encontramos el cine con su variedad. En este terreno del cine, había que librar la batalla de las películas no toleradas, sobre todo para aquellos que su estatura, invitaba al portero de la sala de proyección, a solicitarles el carnet para acreditar los 18 años exigidos. El teatro, el fútbol y las incipientes reuniones de amigos en las casas particulares o guateques, eran ofertas que evidentemente, en el pueblo no existían. En el año 2007, con motivo de la visita a España de Salvatore Adamo, el periodista Rafael Fraguas recordaba:
“El guateque fue en la España del franquismo el único escenario permitido para el cortejo amoroso entre adolescentes burgueses, convocado alrededor de la música bailable. Tocadiscos, panchitos, refrescos y marcha eran requisitos imprescindibles para la fiesta. El emparejamiento de la danza ahuyentaba a la fuerza todo tipo de carabina, sinónimo del pariente-represor que vigilaba la corrección de las aproximaciones corporales, cuyo control pasaba luego al albedrío o astucia de cada cual. La gran prueba para incorporarse a un guateque era la de vencer la timidez propia, de la que todo el mundo, de momento, se reclamaba.
El otro reto consistía en llevar el compás con desenvoltura, sin pisar a tu pareja y poder dialogar mientras se danzaba cada vez más apretadamente, progresión de la cual la música de Adamo se convertía en el mejor de los senderos. Y ello porque inflamaba los corazones más tiernos y permitía evocar un mundo de elegante dulzura, traducible por los bachilleres que hasta los años setenta tuvieron por lengua extranjera obligada la francesa, amorosa por excelencia”.
En estas reuniones improvisadas, en casas particulares, se bailaba el Rock and roll y el Twist. Mucho se ha hablado de estos célebres guateques, que se hacían en ausencia de los padres. Y sobre todo de los famosos apagones de todos las luces de la casa, menos, el piloto rojo del tocadiscos. Mi pik-up dejó de existir, el día que lo enchufamos a la corriente, en casa de una amiga que tenía la tensión a 220 voltios, sin cambiar el conmutador de 125 que es como funcionaba en mi domicilio. Aquella forma de relacionarse era casi familiar, un tanto inocente, muy ingenua y nada cosmopolita. Los padres lo acogían con cierto agrado y permisividad. Nosotros sabíamos que casi todo aquello que nos gustaba hacer, estaba prohibido, pero soportábamos vivir nuestras relaciones en la más absoluta clandestinidad. Pesaba sobre nosotros una educación severa, espartana, de soldados y monjes. Donde, sobre todo, en la moral impuesta por el sexto y noveno mandamiento de la Ley de Dios, no había materia leve. Todo estaba prohibido y en la vida social y religiosa, fácilmente confundibles, imperaban los preceptos divinos. Luchábamos cada día entre nuestra espontaneidad como adolescentes y la moral impuesta. La represión se respiraba en cualquier parte, pero no conocíamos otra forma de vida. Las virtudes clericales se imponían a los laicos y sólo el Sacramento del Matrimonio, estaba reservado para que haciendo uso de él, se pusiera remedio a la concupiscencia y garantizar la procreación. El placer estaba fuera de cualquier planteamiento de realización humana. La sexualidad había que extirparla. Nos educaban para separar y discernir la línea difícil de precisar, entre el sentir y el consentir, que es tanto como el tratar de separar la sensualidad de la sexualidad, en un mismo acto, en una misma sensación. El amor y la sexualidad, no eran en sí un fin, sino un medio y efímero para conseguir la verdadera finalidad de la unión de la pareja, la procreación. Hijos, ¿cuántos?. Los que Dios quiera... La juventud crecía como resultado del estado de cosas que se vivían en los años cincuenta y sesenta. Habíamos nacido en la post guerra, años cuarenta. Nos estábamos desarrollando en una circunstancia socio-política-religiosa, impuesta por un clima donde, la confesionalidad del Estado, imponía al Derecho Canónico, como Ley Civil y las Leyes Civiles, estaban inspiradas en doctrinas religiosas y morales, según la Iglesia Católica. Para ilustrar las consecuencias de este clima, cuando tenía 14 y 15 años, mi padrino, me invitó a contemplar dos revistas de la célebre Celia Gámez: “La estrella trae cola” y “Colomba”. Debido a mi estatura y a sentirme arropado por personas mayores, pasé inadvertido el umbral de lo tolerado, en los teatros de la Zarzuela y el Alcázar. A pesar de sentirme feliz y declararme admirador de la Gámez, mi escrupulosa conciencia me obligó a pasar por el confesionario a primera hora de la mañana del lunes. Todo quedó en aclarar y determinar que no había revista que se pudiere considerar como buena. Como consecuencia de estas consideraciones, el aceptar la invitación de mi padrino, fue una imprudencia que me llevo a una ocasión de perversión.
El baile era uno de los eventos condenados por la Iglesia. Este acercamiento del hombre a la mujer, al compás de una música, encubridora y cómplice, para abocarles a una ocasión próxima de pecado, no se contemplaba como diversión sana para los jóvenes de ambos sexos. Los curas de entonces, recomendaban unas reglas de andar por casa, para cuando, sobre todo la mujer, había decidido ir a un baile. La ley de la cuarta y la ley del codo. Ambas normas no necesitan explicación. Sin embargo, haciendo caso omiso a estas advertencias, las reuniones, se desarrollaban marcando unas secuencias, admitidas por todos. Una primera introducción de música movida con bailes donde, por ahora, la intimidad no importaba. Después se iba caldeando el ambiente y se pasaba a música de ritmo más suave, con baladas y piezas de autores melódicos. En estos momentos se solía provocar, el cuarto de hora femenino. Durante estos quince minutos, se ponía a prueba las preferencias de las chicas. Aunque algunas jóvenes preferían despistar a su preferido, sacando a bailar al más tímido o al poco afortunado para los liges. Aquellos chicos que ya habían elegido, esta iniciativa no les agradaba lo más mínimo. Una vez superado este breve trance que desestabilizaba algunas situaciones y creaba ilusiones en otras, el ambiente se acercaba poco a poco al cenit tórrido del encuentro. En algunos casos este aumento de temperatura, se dejaba acompañar con una cómplice bajada de la intensidad luminosa. De nueve a nueve y media de la noche, comenzaba a sonar la hora de abandonar el guateque, sobre todo, para las chicas. En breve, cual Cenicientas, se apresuraban a buscar sus abrigos y se precipitaban el regreso a sus casas. Desde aquí, si el ligue se había consumado, cada chica tenía su acompañante, en el metro, tranvía o autobús.
Sobre los jóvenes de esta época, es preciso manifestar algunos valores que nuestros padres y en los pueblos, nos marcaban para seguir. Una chica debía de prepararse para ser un ama de casa y una madre de familia. Las familias que se lo podían permitir, las chicas estudiaban generalmente, en colegios de religiosas, cultura general o bien en las Escuelas Normales de Magisterio, estudiaban la carrera de maestras. En la capital, los estudios típicos de las jóvenes, eran los de taquigrafía, mecanografía, contabilidad y secretariado. Una chica de la época, debía de pasar el Servicio Social y después de un noviazgo decente, accedía al matrimonio. La virginidad era un bien protegido por todos y ensalzado como Patrimonio Nacional. A los chicos, sin embargo, se les permitía algunas licencias propias del sexo fuerte. Para casarse, siempre, se prefería a una virgen, aunque la virginidad no se respetara en la mujer del prójimo. El chico debía de ser muy hombre en todos sus aspectos, dotando esta hombría, con perfiles que más tarde se denominaría machismo. El joven se educaba para ser el padre de familia, traer el dinero a casa y a ser respetado por su esposa e hijos. Fue la generación que comenzó a tutear a los padres. La homosexualidad, estaba tipificada como perversión y delito y cualquier signo, en un chico, de debilidad, sensibilidad, delicadeza, exquisitez en las formas, era muy mal visto y había que ratificarse como todo lo contrario. Era difícil conocer las orientaciones sexuales de nadie, que no fueran las reconocidas como ortodoxas, porque estaban sumidas en la más absoluta clandestinidad. A pesar de este contexto, la juventud de entonces, vivía ilusionada con aquella única alternativa que le había tocado vivir y vibraba con la música de Los Llopis, Elvis Presley, Paul Anka, Enrique Guzmán, El Dúo Dinámico, Los Sonor, Françoise Hardy, Clif Richardt, etc. Etc. Los Beatles, no habían hecho su aparición aún. La juventud de aquellos años 59 y 60, acudía todos los domingos por la mañana al Circo Price, en la Plaza del Rey. Allí se daban cita cantantes y conjuntos de la incipiente música ligera o moderna, eran el comienzo de los conciertos de RocK, que entonces sólo se llamaban “Los domingos del Price”. Emocionados por los nuevos ritmos, los adolescentes bailaban el twist, en plena calle, siendo muy comentados estos eventos en la prensa de la época.
En aquellos años el teatro estaba, prácticamente monopolizado, por el autor Alfonso Paso. La primera vez que acudí al teatro, fue al salir un grupo de compañeros de una de las fiestas de María Auxiliadora. Desde Paloma hasta el teatro Infanta Isabel, nos hicimos el trayecto a pie y comprando las entradas de la clac, asistimos a la representación de “Al final de la cuerda” del mencionado autor. Siendo la primera actriz, Rafaela Aparicio.
Este alumnado era el objeto de aquel diseño pedagógico que iba a garantizar el perfil de la sociedad industrial y el desarrollismo en la España de los años sesenta. La España del Seiscientos, del Gordini, del Ondini y del 2CV. Y el Madrid de Moratalaz, de Orcasitas, San Blas, El Pozo del Tío Raimundo, etc.
2.- La calle de Francos Rodríguez
La calle de Francos Rodríguez que arranca de la calle de Bravo Murillo, y que llegaba hasta la misma Paloma, no era una calle cualquiera. Este recorrido serpenteante, lo hacían dos veces al día, de Lunes a Sábado, cerca de dos mil quinientos adolescentes. Abandonaban el metro en la estación de Estrecho, en el comienzo de la calle y eran muy pocos los alumnos que tomaban el tranvía que, procedente de Quevedo y Cuatro Caminos, tenía su fin de trayecto, frente a la misma institución, el resto hacía el camino a pie. Después de un hábito de tantos años, casi conocíamos de memoria, el orden de las calles que cruzábamos y los comercios, bares y demás establecimientos que nos encontrábamos en el recorrido. El cine, el fotógrafo, el cuartel de la Policía Armada, el colegio del Padre Manjón, los Salesianos de Estrecho, etc. Las calles de Villamil, Federico Rubio y Gali, etc. Era la calle más frecuentada para aquellos chicos que, venidos de provincias, descubrían un Madrid nuevo para ellos. También para aquellos que ya habitaban en la capital, suponía una frecuencia de gente en aquella calle, que de no venir a Paloma, quizás, nunca la hubieran elegido para pasear. A veces, la Dehesa de la Villa, servía para romper la monotonía y el cansancio de la larga calle. Llegado el buen tiempo, algunos jóvenes, elegían volver al metro de Cuatro Caminos, atravesando, huertos, pinares, la piscina Tritón y el campo del Atlético de Madrid, para subir por la Avenida de la Reina Victoria.
El dedicar este preámbulo a esta calle me va a servir de disculpa para dibujar algunos trazos de aquel Madrid que dejábamos en la puerta, al concluir nuestro trayecto matinal, entrando en Paloma. En principio habíamos pagado noventa céntimos o una peseta, por trayecto del metro y dos pesetas con cincuenta céntimos, cada recorrido de autobús. El servicio público en Madrid comprendía, además del metro, los autobuses de uno y de dos pisos, los tranvías con jardineras y cerrados y los trolebuses. Las líneas del metro cubrían los trayectos, Tetuan-Puente de Vallecas, Cuatro Caminos-Ventas, Argüelles-Legazpi, Diego de León-Argüelles y en aquellos años inauguraron la Línea Plaza de España-Carabanchel. Los taxis eran negros con una raya roja y los taxistas debían de ir uniformados y con gorra de plato.
Abundando en el paisaje que Madrid presentaba, los barrenderos limpiaban las calles y sobre todo por las noches, regaban el asfalto, con enormes mangueras, tomando el agua de las bocas de riego. La función nocturna de los barrenderos, era acompañada por otro trabajador de la noche, el sereno. Éste cargando con varios manojos de llaves, abría las puertas de la calle, después de las diez de la noche. Cuando se le llamaba, sonando las palmas, él respondía golpeando el chuzo contra el borde de la acera. Una propina y las buenas noches, daban píe para escuchar otras palmas, un poco más abajo. Las casas permanecían abiertas con las puertas de par en par, durante todo el día. La portera vigilaba desde su chiscón, el entrar y salir de los vecinos. Cuando alguien moría en el edificio, una de las puertas permanecía cerrada y allí se instalaba una mesa para recoger en un libro, las firmas que expresaban la condolencia a la familia del finado. Los jóvenes de aquella década, era inconscientes de que, aquellas escaleras que bajaba de tres en tres o saltando de descansillo en descansillo, ya habían sido testigos y protagonistas de historias vecinales, llevadas a la escena por el dramaturgo, Antonio Buero Vallejo, en su magistral obra, Historia de una escalera.
De madrugada pasaban calle a calle y portal a portal, los llamados traperos, con sus carros tirados por caballerías. Estos traperos con enormes espuertas de lona y esparto, recogían la basura de los madrileños que, previamente habían dejado en el rellano de la escalera o en el portal. Aquí se recogían también, las escorias de los fogones de carbón, muy abundantes en la época. Al anochecer, en no pocas calles de Madrid, hacían su aparición, los luceros. Estas personas se encargaban, con un mechero, de encender las farolas de gas, que aún quedaban en barrios periféricos de la capital. En aquel Madrid, aún no existían los grandes hospitales modernos, no obstante, cada barrio, disponía de Casas de Socorro, Casas de Maternidad y Centros de la Cruz Roja. Hospitales Universitarios y otros hospitales y clínicas privadas completaban la oferta sanitaria de la ciudad. El actual Centro Cultural Reina Sofía, fue el Hospital General de Madrid, dotado de consultas externas.
En otras latitudes del casco urbano, las estaciones de: Atocha o Mediodía, la del Norte, la de Goya y la de Delicias, acogían los viajeros venidos de toda la península. En las calles de Madrid, aún existía las aguadoras, los barquilleros, los vendedores de prensa a voces y los chavales vendedores de la Gaceta Deportiva, ésta se vendía los domingos por la tarde, en las salidas del metro y del cine, editada en rústico y con gran rapidez, ofrecía los resultados de los partidos, la goleada y la quiniela deportiva de la jornada. Más tarde, el transistor, con su mayor rapidez de información acalló las voces de aquellos chicos.
Las calles eran frecuentadas por un mosaico social, muy diferente a la estampa que presentaban en aquellos años, cualquier pueblo. Monjas con tocas almidonadas, sacerdotes con sotana, frailes con tonsura y militares de tropa y de baja graduación, repartidores en general con sus delantales y cestos, criadas de servir perfectamente uniformadas, administrativos, funcionarios y burócratas trajeados. El joven que llegaba a Madrid, podía observar con cierta claridad, un desfile de clases sociales, oficios y posiciones económicas, con mucha mayor nitidez y pronto trataba de hacerse un hueco en este escenario, pues la imagen del paleto, había que abandonarla. Era una costumbre cristiana, santiguarse al pasar delante de la puerta de una iglesia y al salir de casa.
La vida comercial se ceñía a los comercios del barrio, sólo había dos grandes almacenes en la calle Preciados y en la calle del Carmen. La oferta comercial de Madrid, se anunciaba por radio, aunque ya en los últimos años de la década de los cincuenta, comenzaba la publicidad en Televisión en pequeña escala. Las calles se especializaban en según qué género: Zapatería, Peletería, Tejidos, Cines de estreno, etc. En los barrios se encontraban tiendas de Ultramarinos, Despachos de pan, Lecherías, cuya cuadra de vacas se encontraba en el interior del patio. Recuerdo haber ido a una academia ubicada sobre una vaquería, el gasto en ambientador, no siempre ahuyentaba el mal olor a vacuno. En la calle del Carmen, antes citada, se encontraba, en un piso principal, una academia de baile. Este establecimiento, era el reducto de una forma de contactar, entre hombres y mujeres, más frecuente en el Madrid de los años cuarenta. En los años setenta u ochenta, la película “Pim Pan Pum”, nos explicaría más detalladamente lo que había detrás de ese anuncio.
Por último, el barrio que me acogió a mi llegada a la capital, fue La Latina. Plagado de iglesias, edificios, fuentes, conventos, muy significativos para la tradición del pueblo de Madrid. De todos ellos, guardo algún recuerdo de mi paso por aquel barrio. La Plaza de la Cebada, fue un mercado que me impacto sobremanera y sobre todo que aún no llego a comprender el motivo que llevó al Ayuntamiento de la época, a su total destrucción y su reemplazo por una piscina cubierta y la construcción de otro mercado de cemento armado. Reduciendo a la nada el parque denominado de Los Porches, con álamos blancos ya muy crecidos.
El Madrid de los años cincuenta y sesenta, iba a sufrir una gran transformación, sobre todo, en su periferia. Surgirían auténticas ciudades con gentes emigradas de los pueblos. La Paloma colaboró, en parte, a su adaptación social y profesional.
3.- La Institución
Origen, objetivo, directrices, línea ideológica, su financiación, becas, presupuestos, gastos de funcionamiento.
El centro se denominaba: INSTITUCIÓN SINDICAL “VIRGEN DE LA PALOMA”, dependía de la Delegación Nacional de Sindicatos y como tal, de la Secretaría General del Movimiento. El objetivo era ambicioso y respondía a las necesidades planteadas en la España de entonces. Un centro ligado al mundo del trabajo, al Sindicato Único y a la ideología que inspiraba el Glorioso Movimiento Nacional. Era el crisol por el cual tenía que pasar la España rural y trabajadora para transformarse en un país industrial y en desarrollo. Esta institución permitía formar profesionalmente a jóvenes procedentes de las provincias y capitales, cuyo futuro deseaba que fuera diferente al de la generación anterior. Los chicos de ésta, se habían quedado en los pueblos y una pequeña minoría, saltaba a los distritos universitarios, sobre todo, si su nivel económico se lo permitía. Los chicos de las capitales, en general, agotaban el Bachiller y solían opositar a bancos o al mundo administrativo. Entonces, estos centros de formación pretendían dar una doble respuesta, a la industria incipiente y al trabajador capaz de colocar a España entre los países en vías de desarrollo. La respuesta formativa, de la cual me ocuparé más adelante, pretendía ser una respuesta integral para aquellos jóvenes que entrábamos por la puerta grande en el progreso y en el desarrollo. De acuerdo con la ideología del régimen de entonces, esta formación integral que se otorgaba a los chicos, era: Técnica, humana, religiosa, física, en una palabra, una respuesta multidisciplinar, teniendo en cuenta, las circunstancias del joven en edades comprendidas entre los trece y los dieciocho años.
Los medios que la Obra Sindical ponía a disposición de esta institución, eran muchos y del más alto nivel. La Paloma, sufrió una gran remodelación precisamente inaugurada en los años, en los cuales, yo comencé mi primer curso, 1957-58. Disponía de doce pabellones, con dos plantas cada uno y entre estos edificios, se alojaban ocho grandes talleres de distintos oficios y especialidades. Además, en el centro del campus, se encontraba un enorme pabellón cuadrado, con un taller dividido en cuatro áreas de trabajo y otras cuatro aulas adheridas a él. En la parte más alejada de la puerta principal, se encontraba la Residencia de los Salesianos, una pequeña capilla privada, los cuatro comedores con capacidad para seiscientos comensales cada uno, la cocina, el salón de actos de Antiguos Alumnos y por último un frontón. Los pabellones, antes descritos, rodeando al gran patio, al cual se accedía por la puerta central. Presidiendo este patio de banderas, se encontraba el Pabellón de Gobierno, albergando, el Rectorado, la Dirección, la Administración, un salón de actos y una biblioteca. El director disponía de una casa en un extremo del campus. En el centro de toda la institución, se encontraba una capilla, que una vez abiertas unas enormes puertas, ésta se unía a un gimnasio, utilizada en las grandes ceremonias, donde asistía todo el alumnado. Un campo de deportes completo con gradas, pista de atletismo, campo de fútbol, balón cesto y balón mano, foso de saltos, vestuarios y duchas y un patio de menor tamaño, que servía de juegos para los más pequeños, cerraban las instalaciones puestas a disposición de los alumnos. Un extenso arbolado permitía pasear por todo el centro, protegiéndose del Sol.
El material didáctico, pedagógico y fungible necesario para el desarrollo del aprendizaje de todas las especialidades, eran suministrado sin derroche pero con generosidad, ajustada a las necesidades de papel, material de dibujo, hierro, cablería, madera, todo tipo de soldadura, chapa, pintura, etc. Los equipamientos obedecían a los avances de la época: Tornos, fresas, matrices, linotipia, cajas, guillotinas, mesas de dibujo, material eléctrico, etc. Su financiación por parte de la Obra Sindical, garantizaba las inversiones, los gastos de funcionamiento y los gastos de mantenimiento. Además todos los alumnos disfrutábamos de una beca de estudios y de transportes. Parte de esta beca la recibíamos a través de una Cartilla de Ahorros, que se actualizaba trimestralmente.
Esta institución alcanzó gran fama y prestigio, en aquellos años y resultó ser una respuesta eficaz de formación profesional a las exigencias industriales del momento. No hay duda de que jamás ha existido tanta sintonización entre la oferta del trabajo por parte de las empresas y la preparación laboral del trabajador, en todos los aspectos. Quizás fuera un aspecto positivo, el que la ideología del Estado de entonces, fuera el nacional sindicalismo, donde, el trabajo se deseaba colocar en las cotas más altas de categoría, aunque en beneficio y provecho de la empresa; dando lugar a un desarrollismo más económico-industrial, que social. Si aquellos programas se hubieran diseñado en los despachos y gabinetes técnicos de Educación y Ciencia, el resultado hubiera sido, quizá, otro menos eficaz. La Paloma fue creadora de esta buena fama y sus alumnos, creo que no la defraudamos.
4.- Los profesores
Religiosos, militares y del Movimiento Nacional.
El profesorado y los maestros de taller, eran auténticos líderes en sus materias y oficios. Los profesores procedían de los ejércitos de Tierra y Aire, artilleros, aeronáuticos y de la Escuela de Automovilismo del Ejército. Estos docentes impartían clases de Matemáticas, Física y Química, Tecnología, Dibujo, Resistencia de Materiales y demás disciplinas de ciencias.
Profesores venidos de la carrera del Derecho, que por el hecho de venir de Movimiento Nacional, conocían muy bien las Leyes Fundamentales y el Fuero de los Españoles. Enseñaban las materias de Capacitación Sindical, Formación del Espíritu Nacional, Estructura Política de España y Legislación Laboral.
Los profesores de humanidades, en general, procedían de la Congregación Salesiana, es decir eran religiosos fundados por San Juan Bosco. Las materias que más impartían eran las de Religión, Lengua Española, Literatura Española y Gramática Española. Los Salesianos desempeñaban las funciones de Rector de la Institución, Jefe de Disciplina, asistencia religiosa y el orden y la disciplina del centro. Se ocupaban, también de mantener unas asociaciones dentro de cada curso para buscar un compromiso cristiano, dentro de la masa de alumnos y servir de este modo de fermento espiritual. Se denominaban Compañías. Correspondían a tres niveles y tenían como líder a Santo Domingo Sabio, discípulo ejemplar de Don Bosco. Un domingo al mes, tenían lugar un retiro espiritual, donde se ilustraba la doctrina del santo y sobre todo sus sueños, mediante filminas. No en balde, San Juan Bosco es el patrón de la cinematografía. Algunos años tuvieron lugar ejercicios espirituales cerrados, durante una semana para una minoría de alumnos, fuera de Paloma. Los salesianos consiliarios de esta organización pía, organizaban excursiones, sobre todo de fin de curso a lugares cercanos a Madrid. El Escorial, La Granja, Segovia, La Boca del Asno, El Valle de la Caídos y Peñalara. Con subida a su cima y baño incluido en su laguna, desafiando las gélidas aguas. Por supuesto que los salesianos se ocupaban, también, de nuestra educación cristiana. Para ello exigían a todos los alumnos admitidos, matriculados y que ya habían comenzado el curso el 1º Curso de Iniciación (Preparatorio) o bien aquellos que habían comenzado por la edad o por su preparación, el 2º de Iniciación (Orientación), la Fe de Bautismo. Certificado que debía acreditar que ya era cristiano. Este documento lo debían de solicitar en las parroquias donde habían sido cristianizados. Más tarde, aquellos alumnos que no habían sido confirmados hasta entonces, recibían el sacramento de la Confirmación, impartida por un obispo. De esta manera la Institución Virgen de la Paloma garantizaba una educación integral de la persona
Los profesores de Educación Física, procedentes también del área del Movimiento Nacional, se ocupaban de las clases de Gimnasia y de todas las actividades de Educación Física, Tablas de Gimnasia y deportes en general. Estas materias eran muy cuidadas por el currículum del centro. Estos profesores se ocupaban, también, de organizar la O.J.E (Organización Juvenil Española). Disponían de un hogar y hacían actividades de campamentos de verano, etc. En este lugar se encontraban, profesores y alumnos pertenecientes ambos colectivos a esta organización; dándose la paradoja curiosa ante los ojos de los no afiliados, de que en el hogar todos se tuteaban y cuando estábamos en clase, volvían a llamar de usted a los profesores. Todos los años en la festividad de 1º de Mayo, festividad de San José Artesano, tenía lugar en el estádium Santiago Bernabeu, la llamada Demostración Sindical. Allí acudían, procedentes de toda España, jóvenes de ambos sexos y tenían lugar danzas regionales y una gigantesca tabla de gimnasia, realizada sólo por alumnos de Paloma. La participación de los futuros trabajadores de la industria, aprendices de la Virgen de la Paloma, era, año tras año, brillante y definitiva. ¡Ah¡ y el acto era presidido por el Jefe del Estado en su calidad Jefe del Movimiento y como impulsor de la Revolución Nacional Sindicalista. Y de esta forma se ensalzaba el trabajo en el Primero de Mayo. En este evento, los profesores de Educación Física eran los preparadores de los alumnos atletas.
En el área práctica, todos los Maestros de Taller, de cualquier especialidad, eran auténticos líderes en sus oficios y ramas de especialización, allí donde pertenecieran. Su procedencia era su propia profesión y su mérito el ser auténticos líderes para enseñar el oficio a estos chicos que venían a sacar a España del subdesarrollo. Estos profesionales solían deslumbrar por sus destrezas a los aprendices recién llegados a la institución. Acuden a mi mente, las destrezas de los Maestros Carpintero, Cajista, Bobinador, Soldador y un largo etc. Dentro de la Congregación Salesiana, existe el perfil docente del Coadjutor, se trata de un lego que, siendo religioso con ciertos votos, no pertenece al clero y se dedica a la docencia en las prácticas de taller. En aquellos años, un coadjutor enseñaba la especialidad de Artes Gráficas, en el curso de Orientación. Otro profesional de la enseñanza de música, aportaba su saber para reclutar entre los alumnos, aquellos que tenían inquietudes por el pentagrama. Creó una rondalla y daba clases de solfeo y de bandurria, guitarra, laúd, bandolina, etc. La Rondalla de Paloma tenía actuaciones fuera y dentro de la institución. Durante los recreos después de comer, ofrecían conciertos de música de rondalla a los alumnos de tercero, en el salón de actos de los Antiguos Alumnos, en el pabellón de los comedores.
Al margen de las materias propias de cada curso y de cada asignatura, otros acontecimientos ajenos a la clase y ocurridos en aquellos años 50 y 60, eran motivo de tratamiento al margen de la asignatura correspondiente. A los profesores se les formulaban preguntas, sobre temas de actualidad, casi siempre comprometidas. Recuerdo que aquella promoción del 57-58 tenía una idea fija. Siempre que un profesor venía a sustituir al titular de la signatura, si éste no decidía hablarnos de la materia correspondiente, siempre, le sugeríamos que nos hablara de la juventud. Año tras año, ante un profesor interino, la cuestión estaba planteada y la problemática servida. ¿Qué piensa usted de la juventud?. Cada profesor abordaba la respuesta desde un punto de vista diferente. Y bien es verdad que, a veces, aunque la pregunta no había revestido seriedad, la respuesta sí había sido seria. En esta época, a la juventud no se le consideraba con criterios maduros y su dirección estaba en manos de los sacerdotes en los confesionarios y púlpitos. Y a través de Organización Juvenil Española (OJE), donde, en los Hogares y Campamentos, los jóvenes eran instruidos en el espíritu del Movimiento Nacional. No había gran diferencia de valores. La Iglesia preconizaba una formación religiosa y humana y su meta era la salvación del alma y los líderes del Movimiento, definían al hombre como “un ser portador de valores eternos”. Para un chaval de 14 o 15 años, en plena adolescencia, si no tenía un director espiritual o bien, un asesor de conductas patrias, quedaba a merced de la calle, en tierra de nadie. Los padres no estaban preparados, en general, para abordar la problemática de los adolescentes. Entonces, las respuestas de algunos profesores nos chocaban, en la medida que respondían a nuestros interrogantes y sobre todo cuando nos consideraban con algún grado de madurez.
Volviendo a los acontecimientos comentados en el aula, puedo recordar el fusilamiento del dirigente comunista Julián Grimau, fue en clase de Literatura y el profesor era un salesiano. El comentario fue a favor de la ejecución, justificando esta condena por sus actuaciones en las checas de Madrid. Griamu, dirigente del PCE detenido por la policía franquista el 8 de noviembre de 1962, fue fusilado el 20 de abril de 1963 tras ser torturado y sometido a un juicio “sin pruebas de ningún género, ni testimonios directos, en el que el fiscal, cumpliendo órdenes de sus superiores, le impone la pena de muerte”, según recuerda el texto aprobado. El Opus Dei, era motivo de comentario permanente en las aulas por su protagonismo en la vida política del país. A los profesores se les preguntaba mucho, sobre todo si eran religiosos, sobre autores críticos o censurados por la Iglesia. Unamuno y sus libros en el Índice: “Del sentimiento trágico de la vida” y la “Agonía del cristianismo”. Voltaire y su enciclopedismo. Papini y sus libros, sobre todo, anteriores a su conversión al catolicismo: “Gog” y “El Libro negro”. Sobre Ortega y Gasset, si murió o no, cristianamente. Durante aquellos cursos, tuvo lugar la muerte de Juan XXIII. Su sucesor, Pablo VI, provocó comentarios en la clase, sobre todo por su pasado inmediato cuando aún era Monseñor Montini, arzobispo de Milán y su postura crítica con la política española. Y por último un libro que casi toda la clase leyó, el “Don Juan” de Marañón, recientemente fallecido, despertó en el alumnado un sinfín de interrogantes, sobre la vida sexual en el seno de la iglesia. Sin embargo los libros recomendados por nuestros superiores religiosos fueron: “El valor divino de lo humano” de un miembro del Opus Dei, Jesús Urteaga, “Joven de carácter” de un obispo húngaro Tia Hamerto. De la ortografía de su nombre, no estoy muy seguro.
En las fechas previas a las vacaciones de Navidad, cuando los exámenes ya habían sido realizados, se toleraba llenar de contenido lúdico las últimas clases. Los alumnos aportábamos algún dinero par comprar botellas de licor, anís o coñac, para los profesores seglares o militares y bombones para los salesianos. Permitían que se recitara alguna poesía, contaran chistes o se demostrara alguna habilidad o destreza por parte de los alumnos. Aún recuerdo el dramatismo de un rapsoda improvisando sobre la tarima del aula, la puesta en escena del poema de José María Gabriel y Galán, El embargo. Me he atrevido a incluirlo en los anexos.
Aquellos profesores fueron fieles a la causa, a la cual servían, no estaba en su mano otra enseñanza. Todos éramos producto del plan establecido. No obstante, hubo valores que cimentaron nuestra personalidad, en aquella sociedad. Valores humanos que nos prepararon para integrarnos en los ambientes de trabajo, donde nos encontramos con personas que su formación, en todos los sentidos, había sido escasa o nula. Nuestro posicionamiento en aquella sociedad fue un privilegio y la pauta de nuestros superiores, siempre estuvo presente.
5.- El currículo
Disciplinas, prácticas, exámenes psicotécnicos, horarios.
La Institución sindical Virgen de la Paloma, ofrecía un curriculum configurado en ocho años. El primer obstáculo a superar era el ingreso. Para el acceso a la institución era preciso superar una prueba cultural y psicotécnica. La preparación había que realizarla de forma libre y privada. El nivel que se exigía en esta prueba, correspondía a la Enseñanza Primaria de entonces, cursada hasta los catorce años o bien al Bachiller Elemental. Si el candidato era muy joven, doce o trece años, entonces, accedía al 1º Curso de Iniciación Profesional, denominado también Preparatorio. Y si el alumno había superado el nivel establecido y la edad, pasaba al 2º Curso de Iniciación, Profesional, llamado Orientación. Una vez superado el examen de ingreso, los cursos de aprendizaje y maestría, a los cuales, se enfrentaba el alumno, eran los siguientes:
Primero de Iniciación o Preparatorio.
Segundo de Iniciación u Orientación.
Primero de Oficialía.
Segundo de Oficialía.
Tercero de Oficialía. Reválida de Oficialía
Preparatorio de Maestría.
Primero de Maestría.
Segundo de Maestría. Reválida de Maestría.
Curso Práctico. Formación no reglada.
Las materias a impartir en el Primer Curso de Iniciación, se dividían en dos grandes bloques: Humanidades y Ciencias, como base cultural preparatoria y un segundo bloque, Prácticas de Trabajos Manuales, para ir descubriendo la vocación por el aprendizaje a través de habilidades y destrezas. Se llevaban a cabo trabajos de soldadura de estaño, con hilos de metal, se realizaba dibujo artístico, se modelaba en barrio, se pintaba, etc.
Durante el Segundo Curso de Iniciación, tenía lugar una auténtica orientación profesional del alumno. En este curso aumentaba el nivel de Humanidades y de Ciencias y se introducían materias tecnológicas de algunas áreas del aprendizaje. Sobre todo en Electricidad, Delineación y Metalurgia. El área práctica se distribuía a lo largo del curso académico, en los siguientes talleres: Electricidad, Metalurgia, Mecánica, Artes Gráficas, Dibujo y Construcción. Una vez desarrolladas las prácticas en cada sección, de cada una de los talleres, el alumno, obtenía una nota media que se incluía en el mes correspondiente. Para aprobar el curso, se debía aprobar como mínimo, tres de los talleres. Y para elegir especialidad para el año siguiente comenzar el aprendizaje, había que aprobar la totalidad de los mismos. En aquella época, las especialidades de mayor aceptación, eran: Delineación, Torno, Fresa, Matricería, en la rama Metalurgia. Electricidad y Mecánica en la rama de Autos. Instalaciones y Motores en la especialidad de Electricidad. No precisamente en este orden. En este curso se obtenía una base firme para abordar con eficacia el aprendizaje del oficio.
Una vez superado el curso de Orientación, había que comenzar el Aprendizaje. Aquí se multiplicaban las especialidades y se hacía hincapié en la tecnología aplicada. La Madera se dividía en ebanistería, torno y tallado. En Metalurgia se podía optar por forja y soldadura. Los delineantes, podían elegir, construcción o industrial. En Automóviles, dos especialidades del mismo auto, mecánica y electricidad. La Electricidad, corriente alterna, se dividía en instalaciones y bobinados (motores). El área de Mecánica había, torno, fresa y matricería. Artes Gráficas, disponía de, linotipia, caja y encuadernación. La Construcción, era una rama muy variada: fontanería, vidriería artística, albañilería, escayolista, modelado en barro, pintura, etc. Estas especialidades, sobre todo eran trabajadas por los llamados cursos prácticos. Su duración era de un año y su desarrollo era eminentemente de destrezas. El contenido de los tres cursos de aprendizaje era similar en las materias, aunque aumentando su nivel de complejidad.
Así se llegaba a la reválida que tenía lugar delante de un tribunal de un centro que dependía de Educación y Ciencia. Si bien el contenido era diseñado por la Obra Sindical, su evaluación debía de ser hecha a instancias del ministerio capaz de extender los títulos y reglar los distintos oficios. De esta forma, la oficialía y la maestría, se podían entroncar con los diferentes planes de estudios. Obtenido el nivel de oficialía, se podía acceder a las escuelas de Peritaje Industrial a través del curso de Preparatorio y Selectivo.
Una vez concluida la reválida de tercero, se podía continuar los estudios de Maestría Industrial. Había que superar el llamado curso Preparatorio, que disponía de practicas de taller y tres asignaturas, Matemáticas, Tecnología, Dibujo y Física y Química, dependiendo de las especialidades. Por ejemplo en la rama de Automóviles, se desarrollaban prácticas de taller, si la procedencia era la electricidad, se hacía mecánica y viceversa. Además, tres asignaturas: Matemáticas, Física y Dibujo. La Maestría se cursaba en dos años y se concluía con una segunda reválida. Con esta reválida aprobada, se había alcanzado el nivel de Maestro. Estos maestros, serían los próximos docentes de la nueva Formación Profesional. Y ocuparían los puestos de jefes de sección y jefes de taller en las industrias
Otra opción formativa la configuraba, Los Cursos Intensivos o Prácticos. En estos cursos se dispensaba una formación ocupacional, sobre todo, eminentemente práctica. Eran quizá, el preámbulo de los cursos del PPO. Por otro lado no hay duda de que los Centros de Formación Profesional, en primer lugar y los Institutos Politécnicos, después, han tomado la antorcha del saber profesional de las instituciones sindicales de aquella época.
6.- Los talleres
Prácticas, teórica, horarios.
Los talleres desempeñaban una función fundamental ya que el objetivo a conseguir, era aprender un oficio basado en el conocimiento de su base teórica y el desarrollo de las prácticas. El aprendizaje que antaño se realizaba por imitación de modelos, en los talleres y en las fábricas, al lado de un oficial o maestro, aquí se enseñaba dentro de una estructura metodológica en el área de los conocimientos y las destrezas. Por este motivo los talleres de todas las especialidades, estaban equipados para tal fin. El currículum de materias reforzaba los trabajos llevados a cabo por los aprendices en las prácticas de taller. La oferta presentaba ocho ramas con sus diferentes especialidades: Metalurgia, Delineación, Artes Gráficas, Electricidad, Carpintería Automovilismo, Mecánica y Construcción. En el capítulo del Currículum, se amplía más exhaustivamente, las materias y especialidades. Todo este plantel de oficios disponibles para el aprendizaje de los alumnos, respondía a las exigencias industriales del momento.
Dentro de los horarios generales, los talleres ocupaban una gran parte. Todas las especialidades disponían de tres horas diarias de prácticas de taller. De lunes a sábado, ambos inclusive, esto suponía dieciocho horas semanales. En horario de nueve a doce de la mañana y de tres a seis de la tarde. El 45% de la totalidad de horas lectivas. Teniendo en cuenta que el curso comenzaba a pleno horario, el 15 de Septiembre y concluía el 25 de Junio, el tiempo invertido en las prácticas, garantizaba durante tres cursos, el aprendizaje de un oficio, con una buena base. Sobre todo en los fundamentos de la especialidad y en las técnicas básicas. Conocimiento teórico y gamas de trabajo.
Todas las unidades de trabajo comenzaban con la demostración práctica, llevada a cabo por el Maestro de Taller correspondiente. Después cada alumno con los materiales necesarios, iba aprendiendo las diferentes formas de descubrir y practicar el oficio elegido. Todos los trabajos eran evaluados a través de una ficha, donde se plasmaban las distintas partes del trabajo a medir. Tiempo, acabado, cotas, limpieza, funcionamiento, presentación, etc. Como actividades de apoyo a cada especialidad, durante el tercer curso de oficialía, tenían lugar unas visitas facultativas a diversas empresas relativas a cada especialidad. En la rama de Automóviles, visitamos Vespa, fábrica de motocicletas muy popular en aquellos años en España. También tuvo lugar un viaje fin de estudios a la ciudad de Ávila y junto a la visita cultural, pudimos ver una fábrica de montaje de furgones. Por último el evento estrella del curso era, la visita a la gran fábrica de coches Barreiros. El acontecimiento creó grandes expectativas en los alumnos de tercero de Automóviles. La visita fue de total satisfacción y al final de la misma, esta firma tuvo a bien ofrecernos un aperitivo que en nada nos hacía recordar la comida del comedor de Paloma. Una vez concluida la visita y el ágape, los alumnos debíamos de regresar a la institución. Pero con el estómago lleno y la tarde por delante, decidimos poner el broche final a la jornada. Y en una Fuenteovejuna sin casi ensayo previo, nos vimos remando en el lago de la Casa de Campo. Fue una tarde inolvidable, empapados de agua y volviendo a casa andando por falta de aquel dinero que habíamos invertido en una tarde irrepetible. Nadie pensaba que al frente de cada clase y de cada taller estaban los profesores esperando que les contáramos las aplicaciones tecnológicas halladas. Al día siguiente el castigo fue general porque, general había sido la falta de disciplina. A partir de ese día, los alumnos de tercero de Automovilismo, jamás, saldrían a otra visita facultativa. Quiero recordar que nadie se arrepintió de haber vivido aquella Fuenteovejuna. Aunque las visitas facultativas se llevaban a cabo en todas las especialidades, la acogida por parte de las empresas visitadas, no debió de ser tan opípara, ya que estos hechos no se repitieron.
Volviendo al área de Automovilismo, como actividad complementaria, se enseñaba a conducir a los alumnos de 3º curso. Guiados por sus profesores aprendían a llevar el volante de una serie de vehículos de procedencia americana, que esta especialidad disponía como dotación para las prácticas. Éstas se llevaban a cabo en la pista de atletismo del patio grande. Para los aprendices del taller de autos, el saber conducir un automóvil, era un apoyo importante y un complemento a su formación profesional.
En resumen, las prácticas desarrolladas por los aprendices durante estos años, dotaban al futuro profesional de una sólida base metodológica, en aquellos años muy necesaria para abrirse camino en la industria que por aquellos años comenzaba. La dotación de los talleres, el contenido de los programas y la preparación de los maestros, nos condujeron a un puesto de trabajo sabiendo los porqués de cada profesión.
7.- La disciplina
Régimen disciplinario, premios y castigos, las notas, las conductas.
Quizás la huella más profunda que quedó grabada en cada joven, que pasó por este centro, haya sido su disciplina. Bien es verdad que cerca de dos mil quinientos alumnos, en régimen mediopensinista, exigía un rigor para controlar un colectivo tan numeroso, sobre todo con los criterios de educación de entonces. Doce salesianos se responsabilizaban de mantener la disciplina que garantizaba el orden establecido, sobre todo, cuando un alumno estaba fuera del control de un profesor en clase o de un maestro de taller durante las prácticas.
Al toque de sirena a las nueve de la mañana, la puerta principal que daba acceso al Patio de Banderas, era cerrada por un conserje. Todos los alumnos debían de estar en formación, colocados por orden de estatura creciente, es decir, que los más bajos, se colocaran los primeros y los más altos, los últimos. Esta formación escalonada, contraria a la formación militar, obedecía a una estrategia para que el superior, subido en una banqueta del antiguo comedor, y colocado enfrente, pudiera contemplar la totalidad del grupo. Cuando la sirena había terminado de sonar, aquellos alumnos que llegaban con la puerta cerrada, habían cometido una falta de puntualidad y tenían que entrar por la otra puerta lateral, por donde entraba el profesorado, el resto del personal y los automóviles. Allí, en la portería, debían depositar el carnet, para recogerlo a las seis y media de la tarde, en el aula de los castigados.
Una vez en formación, los cerca de dos mil quinientos alumnos, permanecíamos alineados y en silencio. Sobre los muros de los pórticos que, desde el patio central daban acceso a los talleres, se podían leer consignas como esta: “Cumple tus derechos y serán respetados tus derechos”. Al pódium de las banderas, habían subido momentos antes, el Director de la Institución, el Jefe de Disciplina (Salesiano) y el Delegado del Movimiento Nacional. Cada uno izaba una de las tres banderas. Éstas permanecían izadas, presidiendo toda la actividad de la institución durante la jornada. A las seis de la tarde, los grupos que tenían Educación Física en la última hora, arriaban las banderas, antes de acudir a las Buenas Tardes. Volviendo a las oraciones de la mañana, los tres presidentes del acto, permanecían con el brazo en alto, saludo falangista, mientras todos los alumnos cantábamos los himnos: “Cara al sol”, “Prietas las filas” o el “Himno sindical”. A continuación rezábamos la oración de “Señor y Dios nuestro, José Antonio esté contigo...”. Una vez concluidas las oraciones de la mañana, todos en fila y en silencio, se dirigían a las aulas y talleres. A partir de este momento, nadie, podía estar fuera de sitio. Cada cual en su clase o taller, patio que le correspondía y en el horario marcado. Estar fuera de sitio era una falta de disciplina, que llevaba su castigo correspondiente.
Tan pronto como un profesor abandonaba el aula al concluir su clase, que era de una hora, si el siguiente profesor no había llegado, automáticamente, el jefe de clase, alumno asignado por el jefe de disciplina, al comienzo del curso, se hacía cargo de que no se hablara en el aula, que nadie se moviera del pupitre y por supuesto que nadie fumase en clase. Si alguno se extralimitaba y cada uno era víctima de sus debilidades, el jefe de clase, apuntaba aquellos que habían hablado. El fumador no se anotaba nunca porque, considerándose falta grave, había un pacto de silencio, evidentemente cómplice. Esta lista fatídica, a veces, se inauguraba con el nombre del mismo jefe de clase. Cuando el barullo de la clase era patente y entraba el siguiente profesor, si era salesiano o pasaba por allí, preguntaba al jefe de clase quién había hablado o a quién tenía apuntado en la lista, éste le contestaba que a nadie. Entonces, el jefe de clase, se convertía en víctima inmolada por los parlanchines y daba con sus huesos en el aula de los castigados ese día, que tenía lugar de seis y media a siete y media de la tarde.
En el espacio de tiempo comprendido, entre la segunda y tercera clase de la mañana y entre la segunda y tercera de la tarde y coincidiendo con las mismas horas en los talleres, se realizaban unas pausas para ir a los servicios y tomar el bocadillo. Todos los grupos salían de sus clases y talleres, en fila, en silencio y vigilados por un superior. Éste se ocupaba de que nadie fumara en los lavabos y que en un perfecto orden, regresaran a sus aulas y puestos de trabajo. En realidad la prohibición de fumar, había empezado mucho antes, casi desde que salíamos de casa, porque estaba prohibido fumar y comportarse indisciplinadamente, desde la Glorieta de Cuatro caminos, hasta la larga calle de Francos Rodríguez, como quedará mencionado, más adelante. Se nos decía que un alumno de Paloma, debía de ser ejemplo de buena conducta ante los transeúntes que pudieran identificarles como alumnos del centro.
Todos los meses se realizaban exámenes para establecer la cartilla de notas, que había que presentar a los padres y tutores para devolverlas con las correspondientes firmas. Junto con las notas se hacía constar la conducta observada por el alumno durante ese mes. La conducta se reflejaba en seis niveles: Conducta muy buena, buena, regular, deficiente, mala y muy mala. La conducta regular, llevaba anejo, un domingo de castigo en el aula de los castigados, de seis a siete de la tarde. La conducta deficiente, dos domingos, la mala tres y la muy mala, sin límite prefijado. La conducta observada como muy mala, era el preámbulo de la expulsión del centro, pero a partir de la mala, los padres eran puestos en aviso y llamados a la institución. En el lado opuesto, la conducta muy buena, en no pocas ocasiones, llevaba consigo un diploma de buena conducta.
En el terreno de las fechorías, propiamente dichas, las pellas o novillos eran las más frecuentes. El problema se planteaba a la hora de justificar la falta de asistencia. Desde falsificar anteriores justificantes hasta, escapar después del primer paso de lista por el profesor de las nueve de la mañana. Las formas de salir podían ser, o bien saltando por las tapias posteriores del centro o bien saliendo por la puerta previo justificante del médico de estar enfermo. Este justificante podía haber sido el producto de haber fingido una enfermedad o falsificar uno anterior. Los autores de estos hechos, no eran muy abundantes porque las medidas disciplinares no permitían ni la inmunidad ni el perdón y los padres, eran llamados con frecuencia para aclarar los acontecimientos protagonizados por sus hijos. Los días de asueto que se tomaban los alumnos, eran dedicados para asistir al cine, en doble sesión continua o haciendo buen tiempo a remar al estanque del Retiro. Una anécdota me permito personalizar para ilustrar que, en esa época, tampoco se podían protagonizar faltas muy graves: Dos compañeros y amigos decidíamos, algún primer viernes de mes, acudir a oír misa en la cripta de la iglesia de Ntra. Señora de la Almudena. Como la misa era a las ocho de la mañana, la llegada a Paloma era después de la nueve. Esto acreditaba al alumno para asistir por la tarde, al aula de los castigados. Una vez concluida la jornada escolar, nos íbamos a la Plaza Mayor a tomar un bocadillo de calamares en la Ideal. El retraso lo acumulábamos desde la mañana y la llegada a casa era, también, tarde. Si la versión contada a nuestros padres era satisfactoria, ya que la verdad era la menos creíble, el día podía concluir sin más problemas añadidos.
¿Qué comportamientos eran determinantes para ser acreedores de estas faltas de disciplina?. Varios y de muy diversa naturaleza: El hablar en fila, en clase. El estar fuera de sitio, sin el control habitual. El llegar tarde a filas. El llegar tarde por la mañana. Todas esas faltas, casi siempre, el infractor acababa la jornada en el aula de los castigados. En esta aula se permanecía en silencio, durante una hora; estudiando cada cual su materia, ya que sólo tenían en común la falta de disciplina cometida. La reincidencia de estos hechos, hacía al alumno acreedor de castigos cada vez más severos. El fumar en clase, en los lavabos, en la calle Francos Rodríguez y hasta Cuatro Caminos, también se era merecedor de castigos de diversa graduación. Las faltas sin justificar, es decir, las pellas o los novillos, el salir de la institución fuera de la hora, sin permiso y no por la puerta principal o con un documento manipulado y la falsificación de documentos en general: permisos, justificantes, tanto de los padres, como del médico, como de Paloma, todo ello para eludir la presencia en clase, era considerado de mayor gravedad. Por supuesto una indisciplina gravísima era la falta de respeto a un superior o ser sorprendido en algún acto deshonesto. En estos casos, casi siempre, la expulsión se ejecutaba como la medida más adecuada. Hasta aquí hemos visto el aspecto negativo del comportamiento de los alumnos, más adelante, podremos contemplar que el sistema disciplinario, del cual se había dotado la Institución “Virgen de la Paloma”, no sólo tenía en cuenta, la corrección de los errores, sino que, también, motivaba y estimulaba, las conductas correctas.
En el aspecto positivo, es decir, de cómo se reconocía la conducta positiva y el aprovechamiento del estudio, la institución convocaba, todos los meses en los comedores a todos los alumnos y en presencia del Director, del Rector, del Jefe de estudios y de una nutrida representación del Claustro de Profesores, otorgaba Diplomas y Matrículas de Honor a los primeros alumnos de cada especialidad y materia. Evidentemente para acceder a estos títulos, los alumnos debían de haber aprobado todas las asignaturas restantes y los talleres correspondientes. Durante este acto se otorgaban, también, los Diplomas de Buena Conducta.
Estos balances mensuales tenían mucha importancia para llegar al fin de curso con una media capaz de superar el curso. Los talleres de todas las especialidades, debían de ser aprobados en Junio, de otro modo, no habiendo convocatoria en Septiembre, el alumno se veía abocado a repetir todo el curso, aunque hubiera aprobado el resto de las asignaturas entre Junio y Septiembre. De éstas, sí se podían examinar y aprobar en la segunda convocatoria y pasar al curso siguiente. Como se puede apreciar, este sistema tenía en sí mismo, una connotación de premio y castigo. Premio, pasar al curso siguiente y castigo, el repetir curso, tanto por una asignatura importante, como por una materia que el alumno considerara de escasa significación para el oficio que estaba aprendiendo: La Religión o la Gimnasia, por ejemplo. Por otra parte, los trabajos magistralmente acabados, pasaban a engrosar la exposición permanente de la institución, para ejemplo de generaciones venideras.
Es importante, llegado este momento de la narración, mostrar lo que, para la Institución “Virgen de la Paloma”, suponía, los concursos. Ya fueran en el panorama nacional como internacional. Tomaba parte de la dinámica de estimular y motivar el trabajo bien hecho. Propiciaba la noble competencia entre los aprendices de las distintas especialidades, se clasificaban los mejores y competían en eventos internacionales. Con un colectivo tan numeroso, había grandes oportunidades de seleccionar auténticos campeones de futuros profesionales. En no pocas ocasiones, los alumnos de Paloma, se han subido al pódium de los Concursos Internacionales de Formación Profesional, prácticamente en todas las especialidades imperantes en la época. Estos jóvenes gozaron de becas y de intercambios profesionales con otros países, sobre todo con Alemania. País que siempre fue el modelo a seguir en el desarrollo del diseño de la Formación Profesional de Paloma.
Por último en el capítulo de los certámenes, dentro del centro, tenían lugar todos los años, el Concurso de Catecismo, en el Curso de Orientación. La Doctrina Cristiana, en este curso, se estudiaba sobre la base de memorizar al pie de la letra, doscientas preguntas, de Mi Catecismo. Este catecismo nos recordaba al del Padre Ripalda, que no hacía muchos años habíamos estudiado en las Escuelas Nacionales de los pueblos. Este concurso se celebraba a través de unas sesiones agotadoras. Los participantes se iban colocando en un corro, en orden decreciente según el proceso de eliminación. Es decir, el primero era aquel que no había fallado ninguna pregunta y el último era el alumno que más fallos había tenido. Aquellos alumnos que sentíamos verdadero horror a memorizar, los clasificados en los primeros puestos, obtenían más que nuestra admiración, nuestra perplejidad por la proeza. La eficacia de este tipo de certamen, no soy yo quien deba de evaluar y menos ahora.
En todos los colegios regidos por los Salesianos, se repetían a lo largo del día algunos eventos que, aunque no se pueden considerar como de orden disciplinar, tampoco eran de índole pedagógica. Me estoy refiriendo a las Buenas Tardes. Este acto tenía lugar todos los días de seis a seis y media. Todos los niveles, llegaban en formación y en silencio. Preparatorio, en el pabellón suyo. Orientación en el Taller de 2º de Iniciación y Aprendizaje en el gimnasio en invierno y en los porches de la residencia de los salesianos en el buen tiempo, Allí el Jefe de Disciplina correspondiente, dirigía las oraciones de la tarde y anunciaba las novedades, extravíos y normas generales. Presentaba un hecho ejemplarizante y por último hacía llegar a los alumnos, algún mensaje educacional. Era en este evento cuando, al fin de cada mes, el Jefe de Disciplina de cada área, anunciaba las conductas, regulares, deficientes, malas y muy malas. Es preciso aclarar que en los cursos de iniciación, las calificaciones de las conductas eran más benévolas, cuando pasábamos a los cursos de aprendizaje, la disciplina se endurecía y las conductas obtenidas al final del mes, eran más desfavorables. Era un anuncio que siempre hacía un alumno de los cursos de mayores a otro alumno de los cursos de pequeños y casi siempre se cumplía. Una vez que todos quedaban informados de los mensajes del Jefe de Disciplina, éste daba por terminada la jornada, con las palabras: Buenas tardes nos dé Dios. Todos respondíamos con igual frase y rompiendo filas, cada cual se disponía a tomar la calle de Francos Rodríguez, para regresar a sus hogares. Todos menos aquellos que debían acudir al aula de los castigados, habilitada para tal fin, de seis y media a siete y media de la tarde. Las buenas tardes de los sábados eran diferentes y su duración era superior. Se celebraba en la capilla. La iglesia se prolongaba a través del gimnasio y era capaz de albergar la totalidad del alumnado. La sabatina de la víspera de los domingos consistía en el rezo del Santo Rosario, las Letanías de Ntra. Sra. y la bendición con el Santísimo Sacramento También se entonaban el “Cantemos al Amor de los Amores”, el “Pange lingua” y el “Tantum ergo”. Este acto se prolongaba, desde las seis hasta las siete menos cuarto. Una vez concluido, los alumnos se despedían hasta el lunes, menos aquellos que tuvieran alguna deuda pendiente con el aula de los castigados del domingo.
8.- El patio y el comedor
Los juegos, los campeonatos, las manifestaciones exteriores, las manifestaciones interiores, el paseo en los patios, la biblioteca, el salón de actos.
En todo momento y a cualquier hora, los alumnos debían de estar custodiados por un superior. Allí donde tenían lugar los encuentros más de compañeros y amigos, en los recreos y en el comedor, el comportamiento de los alumnos era vigilado más de lejos. Había tiempo para todo, para jugar, para pasear, para correr, etc. El patio era testigo de todo ese mundo de relación, de encuentros y desencantemos de nuestra adolescencia y casi de parte de nuestra niñez. En el patio de los cursos de Primero de Iniciación, los prepas, como se les llamaba y los de Segundo de Iniciación u orientas, como se les conocía, allí se ha pasado frío y calor, se ha jugado y se ha trotado y también se ha recibido algún castigo por engancharse y pelearse, aunque fuera en broma. Para los salesianos, no todo estaba permitido porque fuera tiempo de recreo o porque estuvieras en el patio. No se podía estar debajo de los porches, si no estaba lloviendo, no se podía permanecer en los servicios más de lo estrictamente necesario, no se aceptaban juegos violentos de agarrarse y tirarse al suelo, tampoco se permitían los corrillos, El permanecer con las manos metidas en los bolsillos estaba también mal visto, había que caminar. Entonces aquellos alumnos que no decidían jugar, optaban por pasear en grupos afines. En esos largos paseos, en la pista de carreras, se rumiaban las inquietudes de aquellos adolescentes, imaginando proyectos de futuro, planeando el guateque del domingo, narrando alguna película, que por su realismo, casi ya no era necesario ir a la sala de proyección y pagar una entrada. Películas como “Psicosis” o “La gata sobre el tejado de zinc”, fueron obras que cuando fui al cine a verlas ya no eran novedad para mí. A cerca de las vueltas dadas al patio de Paloma, un condiscípulo mío, un día me instó a calcular la cantidad de agua que hubiéramos extraído, de un hipotético pozo, si nos hubieran uncido a una noria.
Cuando hablamos del comedor en Paloma, en realidad, nos queremos referir a los cuatro comedores de que disponíamos: El Rojo, Amarillo, Verde y Azul. La capacidad de cada uno, se acercaba a los seiscientos comensales, distribuidos en mesas de ocho plazas. Su construcción en planta, presentaba una semiestrella, unidos los cuatro por la cocina. Desde las instalaciones de aprovisionamiento y de cocina, se centralizaba el servicio de comida que distribuían los sirvientes a los comedores. Los sirvientes, distribuidos por trimestre, eran los alumnos de 2º Curso de Aprendizaje y servían la comida de una a dos de la tarde, comiendo ellos, mientras el recreo de dos a tres. Los dos platos del menú más el postre, eran preparados por la religiosas salesianas, ayudadas por chicas de servir. El grupo de sirvientes de cada comedor, constituía un equipo de trabajo, donde las funciones y tareas, estaban bien definidas. Sirvientes de agua, sirvientes de comida, recogedores de vajillas y un jefe de comedor. La coordinación de los cuatro comedores, la ejercía un jefe de comedores. Los alumnos eran llamados a comer al toque de sirena y entraban en silencio, cada cual a su comedor. En el Amarillo y Azul, los alumnos de los cursos de Preparatorio y Orientación y en los comedores Verde y Rojo, los cursos de Aprendizaje y Cursos Prácticos. Cada alumno se situaba detrás de su silla mirando hacia la tribuna, situada sobre las cocinas, mientras, los sirvientes formaban delante de cada comedor con su jefe a la cabeza. Una vez que todos los alumnos habían entrado, permanecían en silencio para rezar las oraciones de acción de gracias. Una vez concluidas las preces, el Jefe de Disciplina, decía: Pueden sentarse. Si la operación se había desarrollado, con el mínimo ruido exigido, el superior añadía: Que aproveche. Estas palabras eran la contraseña para comenzar a servir la comida por parte de los sirvientes y el permiso para poder hablar. Si al sentarse se hubiera hecho mucho ruido, el superior hacía repetir la operación alguna vez más. En cada comedor había un salesiano que hacía de celador durante toda la comida y era el responsable de que todos se comieran los dos platos de cada día y el postre: Judías, garbanzos, sopa, lentejas, etc. para el primer plato. Carne, pescado, caballa, etc. Y carne de membrillo, fruta, natillas con galletas o flan, de postre. Es preciso recordar que los días de fiesta destacados en el calendario salesiano: San Juan Bosco, María Auxiliadora, el menú era especial. Una vez concluida la comida, al toque de campanilla, todos los comedores quedaban en silencio y los sirvientes, allí donde se encontraran, paraban el servicio y los comensales debían de interrumpir, no sólo la conversación, sino la palabra. El paso de la conversación, al silencio debía de ser radical, instantáneo. Al mismo tiempo, los sirvientes, debían de parar la recogida de las mesas y colocarse en su lugar en la fila y también en silencio. En este preciso instante, éstos, debían de haber concluido la recogida de la vajilla y el servicio de agua y los carros debían de estar ya en la cocina. Los sirvientes y los jefes de comedor, no eran inmunes a los castigos por faltas de disciplina. Si al toque de la campanilla, una fila de mesas, no había sido recogida, esos sirvientes quedaban castigados ese día. También se consideraba falta de disciplina, por ser responsabilidad de aquel que servía, el extralimitarse en servir más de una ración en postres y en permitir que alguien no comiera el primer plato. No obstante los sirvientes, tenían algunos privilegios y a la hora de comer, disponían de doble ración de postre. Estos sirvientes y los jefes, eran servidos por otros sirvientes y la disciplina durante la comida era más tolerante. El comedor era un lugar de tertulia y una oportunidad de comunicación con los compañeros de clase, porque durante el resto de la jornada, tanto en los talleres como en las clases, debíamos permanecer en silencio. En el comedor, se colocaban los grupos según veníamos en la fila y tan solo en el recreo, se podía elegir los compañeros de juego y los amigos.
Una vez concluida la comida en los cuatro comedores, los alumnos salían de los mismos, en silencio hacia los diferentes patios de recreo. Había un evento muy ligado a la salida de comer, que se repetía todos los días. Casi todos los alumnos pasaban a la capilla para hacer la visita al Santísimo. Allí cada uno a su manera, hacía unos instantes de rezo y meditación. Durante los recreos, los alumnos de tercero, podíamos visitar la biblioteca situada en le segunda planta del Pabellón de Gobierno. Nos impresionaba acceder a libros importantes y teníamos curiosidad por leer textos considerados como transcendentes. Recuerdo haber descubierto la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino. Y haber leído las demostraciones de la existencia de Dios a priori y a posteriori.
9.- Fiestas y Celebraciones
Tríduo inicio de curso, fiesta de la Inmaculada, ejercicios espirituales en cuaresma, San Juan Bosco, Santo Domingo Sabio, María Auxiliadora, sábados tarde, domingos.
El calendario de las fiestas relacionadas con la Congregación Salesiana, era respetado en su totalidad, incluyendo los domingos y fiestas de guardar. Al volver de vacaciones ya comenzado el curso, tenía lugar un tríduo que servía para poner en orden nuestra conciencia que casi con certeza, habían tenido algunos desvíos estivales. Los alumnos volvíamos de pasar el verano en nuestro pueblo y en casi todos los casos, clausuramos la época estival con las fiestas patronales. Aunque los superiores nos habían advertido al final del curso, que el verano de los quince y dieciséis años, eran muy peligrosos, el fin del curso ya era historia y el comienzo del próximo estaba muy lejano.
Una vez puesta en órbita nuestra conciencia, celebraríamos con solemnidad la fiesta de la Purísima Concepción, el día 8 de diciembre. A la Institución asistíamos la totalidad del alumnado, como un día más, parte del claustro de profesores y la comunidad salesiana. En la solemnidad participaban un sinfín de alumnos monaguillos acólitos, vestidos con sotanas y esclavinas rojas y albas blancas. Después de la misa había recreo hasta la hora de comer. La comida era extraordinaria y después del canto de la salve y el ¡Viva a María Auxiliadora!, regresábamos a casa.
Pasadas las Navidades, la gran fiesta del fundador de los salesianos y patrón de los aprendices, se celebraba el 31 de Enero, San Juan Bosco. A esta fiesta, en algunas ocasiones ha asistió un obispo. Entrando en la iglesia-gimnasio, vestido de pontifical e impartiendo su bendición. Durante la mañana se celebraban campeonatos de todo tipo de deportes. Algunos años se celebró esta fiesta en unión de otros colegios salesianos de la provincia, en el Palacio de Deportes de Madrid. El encuentro tomaba unas dimensiones impresionantes, llenándose el recinto en su totalidad. Después de la misa tenia lugar exhibiciones de gimnasia y de otras manifestaciones deportivas. Todos los congregados eran obsequiados con bocadillos y refrescos.
Volviendo a Paloma y situándonos ya en tiempo de Cuaresma, tenían lugar los ejercicios espirituales a través de unas conferencias a lo largo de una semana. Después, como en el resto de las ocasiones, acudía un grupo muy numeroso de religiosos y frailes de todo Madrid, para administrar el Sacramento de la Confesión a la inmensa mayoría de alumnos que deseaban cumplir por Pascua. Se colocaban por todos los rincones de la iglesia-gimnasio en reclinatorios y sillas confesando uno a uno. Entre nosotros discutíamos qué cura iba a suponer pasar este pequeño trago con mayor facilidad. Cuando la cuaresma llegaba a su fin y todos regresábamos a nuestras casas en vacaciones de Semana Santa, el precepto pascual ya lo habíamos cumplido.
La fiesta de Santo Domingo Sabio, discípulo ejemplar de Don Bosco, Santa María Mazarello, coofundadora con San Juan Bosco de la Hijas de María Auxiliadora (Salesianas) y San Francisco de Sales, de cuyo nombre se derivan los salesianos, tenían una mención especial en sus días de fiesta, pero no revestían mayor solemnidad. Sin embargo la fiesta emblema del mundo salesiano, tenía lugar el día 24 de Mayo, una de las advocaciones de la Letanía de Ntra. Sra, María Auxilium Cristianorum. Recuerdo que con motivo de esta fiesta, aterrizó en el campo de fútbol grande, un helicóptero, siendo la admiración de todos los alumnos.
Al margen de todas las fiestas celebradas obligatoriamente en el centro, aunque no se consideraban jornadas lectivas, todos los alumnos de Paloma, estaban obligados a oír misa todos los domingos y fiestas de guardar. Al principio de curso se establecían una serie de parroquias y de colegios salesianos en toda la capital, para que los alumnos cumplieran con el precepto dominical, en el lugar más próximo a su domicilio. Allí un jefe de iglesia, recogía las tarjetas de todos los asistentes, a la hora indicada, nueve o diez de la mañana y el lunes se entregaban al salesiano responsable, quien ponía el sello justificativo de la asistencia, en la fecha correspondiente, Si la misa se había oído en una parroquia no establecida, el alumno debía de traer un justificante acreditativo del celebrante. Esto se producía cuando los alumnos eran invitados a comuniones. De la misma forma, cuando nos íbamos de vacaciones, tanto en Navidades como en Semana Santa y nos ausentábamos de Madrid, el párroco del pueblo, nos extendía un justificante de asistencia a misa durante todos los días festivos incluidos en el periodo de vacaciones. En todo este proceso, cuyo responsable directo era el jefe de iglesia, es preciso remarcar el cargo de conciencia que suponía para éste, cuando un compañero o amigo, le rogaba el lunes por la mañana, que le aceptara la tarjeta porque, o bien no había oído misa, o no había pedido justificante. Durante las vacaciones de verano, la asistencia a misa, no se controlaba.
Volviendo a las fiestas de Paloma, en aquellos años tuvimos una invitada de honor, una joven llamada María de los Ángeles de la Heras Ortiz, hermana de un alumno de Paloma y nieta del conserje de la institución. En esta fiesta, la joven interpretó canciones españolas de la época, ante todos los alumnos mayores, es decir de Aprendizaje, creando la lógica expectación. Esta bella joven, durante el curso 60-61, estrenó su primera película “Canción de Juventud”. Esta actriz era, Rocío Dúrcal.
Y por último, los salesianos mantenían durante todos los domingos del curso, el Oratorio de Santo Domingo Sabio. Esta catequesis para niños del barrio era una tradición histórica desde los tiempos de Don Bosco. En Paloma tenía lugar esta tradición, donde, además de dedicar un tiempo a la doctrina, se ofrecía a los niños asistentes una película que se proyectaba en el gimnasio. A veces, los castigados de los domingos por la tarde, cumplían su castigo viendo el cine del oratorio.
10.- La salida de la Institución
El trabajo en la industria, continuación de otros estudios superiores.
Normalmente el índice de alumnos que concluían la Oficialía Industrial, después de pasar por los cursos de Orientación, uno o dos años y el Aprendizaje, tres años más, era bastante elevado. Una vez obtenido el título, había diferentes opciones que cada alumno elegía según sus planteamientos personales, familiares y de futuro. Un grupo numeroso pasaba al Curso Preparatorio de la Maestría de cualquier especialidad, en régimen nocturno desde las seis y media de la tarde hasta las nueve y media de la noche. Estos jóvenes, normalmente se planteaban el buscar un trabajo durante la jornada para comenzar a practicar el oficio que habían aprendido. De estos alumnos, algunos habían sido elegidos a priori por grandes empresas para trabajar en las especialidades, en las cuales, estas sociedades desarrollaban su actividad. Otro grupo menos numeroso trataba de iniciar los cursos de Preparatorio o Selectivo para entrar en las carreras de Peritaje Industrial. Y por último, había chicos que se limitaban a encontrar un trabajo y abrirse camino en él. Esta nueva etapa que, ineludiblemente debían de superar, todos aquellos que habían pasado por Paloma, con las miras puestas en la consecución de un puesto de trabajo en la industria, nos muestra, que si la etapa que dejaban, una vez concluida la Oficialía, había sido costosa, la que ahora comenzaba, no estaba exenta de dificultades, sobre todo, el compaginar el estudio con el trabajo, en algunos casos muy penoso a causa de las distancias que había que salvar. No creo que se disponga de estudios cuantitativos, que pudiéramos evaluar los porcentajes de las opciones de estos colectivos, ni tampoco el seguimiento que hicimos dentro de nuestra primera opción. Los encuentros entre nosotros a lo largo de la vida, nos han hecho comprobar que un condiscípulo de Delineantes, interpretaba el personaje de un hermano de Don Rodrigo, en la obra de Las mocedades del Cid, puesta en escena en el teatro Jovellanos de Oviedo. O bien otro compañero, se había abierto camino en una empresa de máquinas registradoras, cuando su origen era Autos. Sin embargo hay casos de haber iniciado su especialidad en una empresa y haber alcanzado niveles medios y superiores en especialidades tangenciales dentro de la misma. Estas circunstancias nos permiten observar que, quizá, más que haber aprendido un oficio, lo que realmente habíamos adquirido era un nivel de preparación capaz de adaptarse y lo que es más importante, de evolucionar.
Merece la pena hacer un pequeño esfuerzo y recordar, el ambiente que nos encontrábamos en las empresas, cuando nosotros irrumpíamos de novatos en los puestos de trabajo. En no pocos casos, entrábamos en una plantilla de un taller con cerca de cincuenta personas y ninguna había pisado una escuela de formación profesional. Estas personas habían aprendido el oficio después de pasar cuatro años de aprendiz, tratando de conocer y practicar, todas y cada una de las tareas adjudicadas a esa función. El éxito dependía de la calidad que tuviera el maestro de taller y el oficial de turno, ellos habían aprendido el oficio por el mismo sistema. La metodología, si se le puede llamar así, era la imitación de modelos a través del sistema ensayo-error. La actitud de aquel que enseñaba, era definitiva, sobre todo si actuaba con reservas de información y con juegos de poder, inseguros de que, los futuros oficiales, les fueran a quitar el puesto. A esta premisa, de índole profesional, había que añadir otras de índole cultural y social. Todos los alumnos salidos de Paloma, habían contraído una responsabilidad social muy importante, este centro había adquirido una fama que nos obligaba a no defraudar. Este era el reto con el cual, el nuevo oficial, se iba a encontrar. Este encuentro suponía un choque de dos generaciones del mismo origen, la sociedad trabajadora, pero con distinta preparación. La preparación del recién llegado era cultural, profesional y laboral, muy superior al colectivo que le recibía con todo tipo de recelos y desconfianzas. Muy comprensibles ahora, pero más difíciles de superar en aquellos momentos. En el aspecto educacional, era fácil adaptarse al ambiente reinante. En el área laboral, era más reivindicativa nuestra postura, debido a nuestra formación en el nuevo ordenamiento jurídico y en el cual habíamos sido formados. En el campo puramente profesional, el contraste sufrido fue muy grande y la adaptación muy penosa. Traíamos una formación teórica muy fuerte, teníamos conocimientos del fundamento de las cuestiones y sabíamos el porqué del funcionamiento de las máquinas, en una palabra, podíamos responder a los porqués. Nuestros nuevos compañeros, tenían infinitamente, mucha más practica que nosotros. La destreza y la rapidez, eran sus logros después de cuatro años de aprendizaje. El reto a superar, estaba servido. Quizás es este el lugar del texto donde debo de escribir una vivencia personal, y la cuento porque no creo que haya sido la única. Yo he llorado físicamente, ante mi nuevo maestro, por mi falta de destrezas y los errores cometidos a causa de la falta de éstas... Todo este anecdotario era tema de conversación cada tarde en las pausas, entre clase y clase, en los cursos de Maestría o Peritaje.
Una vez concluida la maestría, algunos alumnos pasaron a ejercer de Maestros de Taller, en los mismos talleres de Paloma. A partir de este momento, el cordón umbilical que manteníamos con la institución era a través de la Asociación de Antiguos Alumnos. Satisfacíamos la cuota establecida y acudíamos a las celebraciones del Día de la Madre, San Juan Bosco y María Auxiliadora, con nuestras madres, novias o familias. Algunos de los antiguos alumnos, contrajeron matrimonio en la capilla de Paloma. Al mencionar la capilla, no me resisto a dedicarle algunas frases que nos recuerden cómo la dejamos cuando abandonamos la institución. Su arquitectura albergaba una cúpula neoclásica. Estaba decorada con unos enormes cortinajes de terciopelo rojo. Éstos hacían de dosel al altar mayor, con un Cristo presidiendo la capilla. A cada lado del altar, se situaban dos grandes imágenes de María Auxiliadora y San Juan Bosco. El acceso a la iglesia se hacía por los laterales y unas enormes puertas correderas, permitían unir el gimnasio a la capilla, en las celebraciones donde la asistencia era de todos los alumnos. Dos altares laterales presentaban las aras disponibles para la celebración de la misa. En la época anterior al Concilio Vaticano II, en los tres altares podían celebrar la eucaristía al mismo tiempo. Dos enormes confesionarios de madera labrada, cerraban este marco, donde no pocos jóvenes han luchado con sus escrúpulos de conciencia y han confesado su repetido pecado de ser adolescentes.
No obstante, el balance que podemos hacer de aquellos años, con aquellos objetivos, retantes pero posibles, que la sociedad española se planteó, fue totalmente positivo. Aquellos chicos venidos de los pueblos, en su mayoría, transformaron el tejido trabajador de nuestro país y en no pocas ocasiones, ocuparon puestos de responsabilidad en las empresas, superando de este modo, el listón, para el cual fueron preparados en nuestra querida y recordada Paloma. Desde aquí, nuestro agradecimiento para aquellos maestros que nos entregaron la antorcha de la vida laboral. Muchas gracias.
La Capilla de la Institución
ANEXOS
Mi primer día de trabajo
Tomé parte de las primeras promociones que habían estudiado el oficio de electricista de automóviles, en una escuela de formación profesional. Concluido el aprendizaje después de cinco años, la propia escuela, me colocó en un taller de reparaciones de coches de mi especialidad. Allí me presenté un lluvioso día de otoño con el mono empaquetado debajo del brazo. Me recibió el dueño del pequeño y mugriento taller, vestido con un traje raído y con reflejos brillantes de haber sido planchado sin un paño húmedo, aplicando la plancha directamente. Sin mencionarme el jornal que había de percibir, me indicó el rincón habilitado como vestuario de los obreros. Y a modo de consigna, me hizo saber cuál era mi tarea: Aquí se viene a trabajar y no a jugar, me dijo, comenzarás como aprendiz a las órdenes de los oficiales.
Si mi estado de ánimo venía bastante desestabilizado, aquella exquisita acogida, me hundió para todo el día. Cuando salí vestido con mi traje de faena, de aquel sucio espacio, donde colgué mi ropa en un clavo enmohecido, una joven salió de una pequeña garita, junto a la puerta principal. Debía ser la oficinista del taller, lo pude deducir por el letrero esmaltado sobre fondo blanco que pendía sobre el dintel de la pequeña puerta. En este momento me enteré también que el propietario del garaje era su padre, cuando llamó al Sr. Redondo, papá.
Mis primeros pasos en este oficio, después de cinco años de aprendizaje los iba a dar de la mano del hijo del dueño. Un hombre de cerca de treinta años, cojo de una pierna de un grave accidente de coche y con un humor de perros.
Ven conmigo chico, me dijo en tono muy desagradable, que vas a saber lo que es reparar un automóvil. Sal a la calle y cambia la batería de aquel Mercedes, añadió. Recordando el más hosco de los maestros que yo había tenido en la institución, de la cual procedía, me propuse llevarle a los altares, impulsado por la humillación que sentía. Pude comprobar que el cojo, manifestaba un estado permanente de cabreo, con todos y por todo. Cuando algo no le salía conforme a su deseo, sucediendo esto con frecuencia, salía de su boca todo tipo de disparates, palabrotas y no pocas blasfemias.
Para un chico recién llegado de un colegio, con fuerte presencia de religiosos, aquel hombre desesperado, sin aceptar las minusvalías del accidente, me daba todo tipo de motivos para canonizar aquellos maestros tenidos como malos, hasta conocer mi primer puesto de trabajo, mi primer día como obrero electricista de autos. Después de hartarme de estudiar cómo se realizaba las reacciones del electrolito en los vasos del acumulador de energía eléctrica, vulgarmente llamado batería, me veía en una estrecha calle, lloviendo, al lado de un lujoso coche con una llave de doce milímetros, sin apenas saber cómo acceder al cierre del capó de aquel automóvil. A medida que iba cumpliendo la tarea de la sustitución de la batería, contemplaba las enormes dificultades que debía vencer para alcanzar las destrezas que otros aprendices, habían adquirido conociendo el oficio al lado de un oficial. Mientras, las pequeñas heridas en mis manos inexpertas, me escocían con el ácido sulfúrico desprendido de los tapones y terminales del acumulador. Me arrepentí de haber perdido el tiempo en aquel aprendizaje que ahora de tan poco me servía. Una vez la operación concluida, después de limpiar su alojamiento, instalar la batería y engrasar con vaselina sus bornes, para evitar la sulfatación, noté la presencia de un señor muy bien vestido, que resultó ser el dueño de aquel impresionante coche. No le dio tiempo a pronunciar palabra cuando, el cojo se dirigió a gritos desde la puerta del taller, exclamando: ¡no se preocupe del cambio de su batería! ¡Aunque se la ha montado el novato, yo comprobaré que el montaje está correcto!. Aquellas palabras resonaron en mis oídos como una reafirmación de mi arrepentimiento escolar. El señor se limitó a darme una propina y regresó a la oficina para abonar la factura de la reparación.
Según yo entraba al taller, me crucé con el otro aprendiz que llevaba cuatro años aprendiendo el oficio al lado del otro oficial. Ojalá yo hubiera estudiado la teoría del oficio. Me dijo. Y añadió, que le gustaría saber, cómo se produce la chispa en la bujía en el interior de la cámara de combustión, que algunas veces había recibido su descarga de doce o quince mil voltios en sus manos. Aquel breve intercambio de palabras, me hizo recuperar un poco la confianza en mi futuro profesional y crecer mi autoestima. Dentro de aquella funda mugrienta y detrás de aquella cara manchada, como acabaría la mía, se ocultaba un chico de mi misma edad, que podía ser alguien con quien hablar de tú a tú.
Después de concluir mi primera tarea, el cojo me dijo que le ayudara en una reparación que necesitaba mi concurso. Estuve a su lado alcanzándole las herramientas, limpiando las piezas en un ennegrecido recipiente con gasolina extraída de los coches de los clientes y pisando el freno cuando realizaba la comprobación de las luces del pare. Otra de mis obligaciones, en aquel primer encuentro con la vida laboral, fue acudir a tiendas de repuestos de automóviles, para aprovisionar al taller. No llevaba dinero, las piezas se me entregaban a cambio de presentar un vale con la firma del dueño. Mientras el jefe de esta empresa familiar, comprobaba que su hija, la oficinista, no se había confundido en la referencia de la pieza y firmaba todos y cada uno de los vales que le presentaba, yo mientras, observaba su rostro lleno de espinillas negras, falta de higiene, su acritud contenida y enfado permanente. Esta es la imagen que debía ofrecer todo aquel jefe que se preste, me decía a mí mismo.
El otro oficial no pertenecía a la familia del patrón. Pude comprobar por la tarde de esa misma jornada que era un verdadero profesional, un buen oficial electricista. Al contrario que nosotros, los aprendices y el cojo, él mantenía su mono limpio y su imagen pulcra. Los trabajos que realizaba eran los más importantes. Devanados imbricados y ondulados de inducidos de las dinamos y motores de arranque, ajuste de disyuntores y reguladores de tensión e intensidad. Era el modelo a imitar. Él, con las destrezas adquiridas por el método ensayo-error y de forma autodidacta, yo con toda la teoría recibida a priori. Era un hombre de pocas palabras y muy serio.
Cuando salí del taller, concluida mi primera jornada de trabajo, desfilaban por mi mente todas las escenas vividas en aquel estrecho, sucio y oscuro taller. Mientras me lavaba las manos con el asperón desengrasante, no acertaba a considerar, si el tiempo se me había hecho largo o breve, sin embargo, la experiencia adquirida se me hacía enorme. Ya en el metro y en el autobús, contemplaba mis manos agarradas a la barra, aunque limpias, totalmente irritadas por el abrasivo jalón utilizado y mis uñas negras. Éstas, me hicieron hundirme más en mis devaneos, llenos de dudas sobre el camino emprendido. Una vez en casa, me sentí confortado por los míos, narrando sólo lo anecdótico. El cansancio me aliviaba suavemente de aquella extraña jornada. Un solo pensamiento me acompañó al caer en aras del sueño. En aquel nefasto lugar no podría estar mi futuro. Acababa de cumplir 19 años. La noticia del día era el asesinato del presidente Kennedy. Y además, ¡era mi primer día de trabajo...!
Trabajo seleccionado para participar en un taller de literatura, dirigido por el escritor Juan José Millás, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, durante la Primavera 2000.
Poema: El embargo
Señol jues, pasi usté más alanti
y que entrin tós esos,
no le dé a usté ansia,
no le dé a usté mieo...
Si venís antiayel a afligila
sos tumbo a la puerta. ¡ Pero ya sámuerto!
¡ Embargal, embargal los avíos,
que aquí no hay dinero;
lo he gastao en comias pa ella
y en boticas que no la sirvieron;
y eso que me quea,
porque no me dio tiempo a vendelo,
ya me está sobrando,
ya me está gediendo!
Embargal esi sacho de pico
y esas jocis clavás en el techo,
y esa segureja
y esi cacho liendro...
¡ Jerramientas, que no quedi una!
¿ Ya pa que las quiero?
Si tuvía que ganalo pa ella,
¡ quilisquiá me quitaba a mi eso!
Pero ya no quió vel esi sacho,
y esas jocis clavás en el techo,
y esa segureja
y esi cacho liendro...
¡ Pero a vel, señol jues: cuidadito
si alguno de esos
es osado de tocali a esa cama
ondi ella s´a muerto;
la camita ondi yo la he querío
cuando dambos estábamos güenos,
la camita ondi yo la he cuidiao,
la camita ondi estuvo su cuerpo
cuatro mesis vivo
y una nochi muerto!
¡ señol jues, que nenguno sea osao
de tocali a esa cama un pelo,
porque aqui lo jinco
delanti usté mesmo!
lleváisoslo todu,
todu menos eso,
que esas mantas tienin
suol de su cuerpo...
¡ Y güelin, me güelin a ella
ca ves que las güelo!...
Autor: José María Gabriel y Galán
Rapsoda: Sevillano alumno de Automovilismo.
El embargo en vídeo
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CRÓNICAS DE PALOMA 2019
TRES DETALLES
TALLER DE 2º DE INCICIACIÓN ORIENTACIÓN
GERSEY CON LA RAYA BLANCA EN EL CUELLO UNIFORME DE LA O.J.E.
LUGAR ENTRE LOS DOS PATIOS CON LA CAPILLA GIMNASIO AL FONFO